Mujeres rusas astronautas

Mujeres rusas astronautas

Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad. La bandera de nylon costó 5,50 dólares, y los tubos para sostenerla, unos 75. Los astronautas no lograron extender la varilla horizontal, por lo que la tela parece ondear en mujeres rusas astronautas brisa sin aire.

SpaceX ofrece lanzamientos y vehículos de transporte simples, fiables y «económicos» para vuelos suborbitales. Para ello usó tiras de aluminio, una perforadora, un perno conector y 20 metros de alambre, con las herramientas envueltas en cinta aislante para evitar las descargas eléctricas. En 1995, el transbordador espacial Atlantis le hizo una visita. Poco después de que el Atlantis se separara para iniciar el viaje de regreso, la Soyuz se desacopló brevemente, voló alrededor de la Mir y tomó esta fotografía. En marzo de 2001, cumplido su cometido, la Mir fue sacada de órbita.

Jack» Schmitt, doctor en geología, recoge muestras de roca en un vehículo todoterreno. Desde entonces, nadie ha vuelto a salir de la órbita terrestre baja, aunque tanto Estados Unidos como China tienen planes para futuras misiones lunares. El vehículo Shenzhou, capaz de transportar a tres «taikonautas», debe mucho al diseño de las Soyuz rusas, mientras que la estructura de ensamblaje que lo rodea está inspirada en una instalación similar del Centro Espacial Kennedy de la NASA. Una vez suelta, la nave ascenderá impulsada por sus propios motores hasta una altitud de 110 kilómetros.

Al lado de ese titular, cualquier otra noticia sigue pareciéndonos trivial, provinciana. Puesto que conocemos el desenlace de la historia, nos cuesta recordar lo atrevido que fue el proyecto lunar y cuánta incertidumbre y peligro entrañaba. A diferencia de los programas Mercury y Gemini que lo precedieron, el Apolo iba a utilizar un enorme cohete nuevo, el Saturn V, que medía 110 metros de altura y llevaba a bordo más de 2. 700 toneladas de oxígeno líquido inflamable y otros combustibles altamente explosivos. Viajarían a otro mundo, un lugar sin atmósfera y tan alejado de la Tierra que nuestro planeta acabaría por convertirse en una canica azul. Tan pequeña que se podía ocultar con el dedo pulgar extendido.

Luego, de algún modo, tendrían que descender a la superficie lunar: en un mundo sin aire, los paracaídas no sirven. Nadie sabía con absoluta certeza si la superficie de la Luna soportaría el peso de un astronauta, y mucho menos el de una nave espacial. Lo más difícil de la misión no era llegar a la Luna, sino regresar. En aquella época, los entusiastas de la exploración espacial veían en el viaje a la Luna la primera de una larga serie de audaces misiones fuera de la Tierra. Pero las predicciones a menudo son erróneas. Resultó que la llegada del hombre a la Luna no fue el inicio de una inexorable y paulatina conquista del espacio, pero marcó el final de una era. El Apolo 11 electrizó al público estadounidense y mundial, pero el Apolo 12, curiosamente, lo aburrió.

La era post-Apolo ha tenido sus momentos gloriosos, como cuando los astronautas a bordo del transbordador espacial repararon el Telescopio Espacial Hubble. En el momento de escribir estas líneas, ningún ser humano ha vuelto a ir más allá de la órbita terrestre baja desde la última misión a la Luna en 1972. Europa, China y Japón disponen de sólidos programas espaciales. Empresarios multimillonarios esperan vender viajes espaciales en un futuro próximo a otros pocos millonarios.

2020 más o menos como ya se hizo en la de 1960. El espacio fue, como Corea y Vietnam, un campo de batalla donde se disputó un sucedáneo del combate directo entre las superpotencias. El programa Apolo fue posible gracias a la Guerra Fría. Había que llevar a cabo aquella complicada misión antes de que acabara 1969, porque el presidente Kennedy había prometido que Estados Unidos pondría un hombre en la Luna y lo devolvería sano y salvo a la Tierra «antes de que finalice esta década». Era, después de todo, un pulso con la Unión Soviética, que también tenía sus propias ambiciones lunares.

Los soviéticos inauguraron la era espacial en 1957 con el lanzamiento del diminuto satélite Sputnik, y proclamaron que iban por delante en tecnología de misiles. Los cohetes y los misiles iban de la mano, por lo que la historia del Apolo está indisolublemente ligada a la carrera de las armas nucleares. Durante los primeros años los soviéticos tenían los cohetes más potentes, y el programa espacial mejor organizado. Su superioridad quedó patente ante el mundo en 1961, cuando el cosmonauta ruso Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en salir al espacio y completar una órbita alrededor de la Tierra. Los dos programas espaciales cosecharon fiascos y tragedias. El segundo vuelo espacial estadounidense acabó mal: la cápsula se hundió en el mar a su regreso y el astronauta Gus Grissom salvó la vida por poco.

El propio Grissom, Roger Chaffee y Ed White murieron a principios de 1967, cuando su cápsula Apolo 1 se incendió durante un ejercicio de entrenamiento en Cabo Cañaveral. El programa lunar soviético se estancó tras la repentina muerte de su director, Serguéi Korolev, y tras varios fracasos en las pruebas de su gigantesco cohete lunar, el N-1. Pero pocos sospechamos en aquel momento lo arriesgado que fue el descenso del módulo lunar Eagle. Justo cuando Armstrong y Aldrin se estaban aproximando a la superficie lunar, saltó una alarma. El ordenador mostraba el código 1202, cuyo significado ignoraban los dos astronautas. De hecho, era un anuncio de que el ordenador estaba sobrecargado de datos.